by Carisa Musialik
La última vez que hablé con papá tenía cinco años. Ese día hubo en mi pueblo un apagón. Las estrellas competían con el azul marino de la noche. Me encantaba verlas titilar, deseaba, siempre, que se fuera la luz todos los días. Así, libres de abanico y televisión, nos sentábamos en el frente de la casa a tomar fresco, a hacer cuentos y a mirar el cielo. Esa noche probablemente había luna llena porque recuerdo lo que ocurrió con claridad.
En el momento en que papá decidió irse, se despidió de mi abuela, de mi hermano menor y de mí. Le pregunté si podía ir con él, con la esperanza de que me dijese que sí. Me dijo que no y al escucharlo lloré. Entre llanto, lamentos e hipidos, le rogué. Hasta le dije que me iba a portar bien, pero nada. Él se negaba y yo seguía insistiendo. Tal vez mi alma sabía lo que iba a pasar y no lo quería dejar partir. Para calmarme, me dijo que retornaría rápido, mucho antes de que yo pudiese contar hasta cien.
—Vuelvo pronto- me dijo y lo abracé.
Con él enfrente, empecé a contar. Uno, dos, tres… Seguí su silueta hasta verla desaparecer. Treinta, treinta y uno, treinta y dos… Luego, seguí contando mirando las estrellas. Treinta y tres… Probablemente me quedé dormida porque de esa noche no recuerdo más de ahí.
Días después, parada en la sala vacía, vi como lo entraban a casa. Cuatro hombres vestidos de negro cargaban el peso muerto de su cuerpo, su cadáver en una caja lustrada de madera marrón. Avanzaron y retrocedí hasta que escuché los gritos apoderarse de la casa. En medio de un tumulto oscuro estaba mi mamá. Voceaba como si quisiese expulsar el dolor que llevaba por dentro, partir, quedarse vacía y encontrar la paz. Había muchas mujeres a su alrededor. La sostenían porque parecía querer desplomarse.
— ¡Ay, tan joven!
— ¡En la flor de su juventud!
— ¡Con una carrera por delante!
— ¡Treinta y tres añitos!
— ¡Tan buen esposo!
— ¡Tan buen hijo!
— ¡Buen padre!
Escuché decir mientras el llanto de mi mamá sonaba como música de fondo. Me quise dormir o tal vez despertar de aquello que aún parece un sueño.
Retrocedí un poco más, pero una mano desconocida me empujó por la espalda hasta llevarme al frente de mamá. Ella tenía los ojos cerrados, los párpados rojos, hinchados de tanto llorar. ¿Cuánto tiempo toman las lágrimas para curar las heridas? ¿Cuántas hay que derramar para que acabe el dolor? Su ausencia aún duele.
— Esa es la hija del difunto- dijo alguien y mamá medio abrió los ojos.
Señaló a la caja y dijo:
— Mi niña, tu papá.
Me acerqué un poco más. Toqué la caja y estaba fría. Miré lo que había dentro: su cuerpo, un bagazo vacío sin alma, sin luz. Esos restos en estado de decomposición, conservados por hielo, no podían ser mi padre, no equivalía al hombre que me abrazaba, al que jugaba a las escondidas, al que le encantaba el helado de ron con pasa, al que me llamaba princesa, al que me enseñó que las galletitas Guarina enchumbadas de fresco rojo saben mejor, al que me curó los dientes la vez que resbalé porque quería demostrarle que yo podía salir sola del baño, que era independiente, al que me enseñó a montar bicicletas e inspiró a jugar ajedrez. Ese cuerpo no podía ser él porque yo todavía lo esperaba y él nunca había roto una promesa. No sé si la niña que estaba ahí pensó todo eso, pero lo pienso hoy yo. Es la única explicación que tengo del porque al verlo allí no lloré. Sin decir una sola palabra no le quité los ojos de encima, lo observé por un largo tiempo hasta que mi hermanito menor me interrumpió.
— ¿Por qué duerme papá? ¡Papá despierta, vamos a jugar!- gritó
Y todos empezaron a llorar aún más alto. En medio de un nuevo caos, me fui. No lloré pero desde ese entonces empecé a buscar su esencia en todas partes, especialmente en mis sueños, en los árboles, en la brisa, en el esplendor del agua, en todo lo que me hace sentir bien o sonreír. Papá murió pero los astros susurran su nombre y su presencia vive en mí.
Carisa Musialik nació y se crio en Valverde, Mao, República Dominicana. Carisaes docente de secundaria y le encanta editar. Ha editado libros para niños, antologías,poemariosy prosa. En su tiempo libre, escribe cuentos y poesía, géneros que utiliza para explorar el efecto de la nostalgia en la memoria y su impacto en la persona.Carisaha publicado cuentos y poemaspara–Spanglish Voces, La Galería Magazine, y para la revista Palabritas de Harvard University.Su primer libro de niños A Dormir, A Soñar fue publicado este verano, 2022, por 1010 Publishing.
Comentarios